martes, 11 de febrero de 2014

Revólver.

Cómo el que se gira para ver si aún le miras mientras se aleja, pues así.
Buscándote, me giro y me encuentro con tus labios. Mordiéndolos como si no hubiese día y solo nos quedase una noche para disfrutar (una noche tras otra, si es así). Casi sin poder respirar, y dejándome de espadas, estoy contra ti y la pared, que puedes doler más si te lo propones. Y entre suspiros te digo que me dejes de besar, o no te suelto. Pero nos quedamos con ganas de más porque las agujas no se detienen, y cómo jode.
Nos dice el reloj que no son horas para estar a solas... así que ya sabes. Lo que te está diciendo es que subas conmigo, pero no le entiendes, ni a mí, o simplemente te haces el loco para que insista. El loco... loco te habrías puesto después, tanto como yo. Locuras es lo que hubiese hecho si ese puto reloj se hubiese detenido. Pero no lo ha hecho y no puedo parar de morderme el labio a falta de los tuyos, incluso haciéndome daño.
Y hablando de daños... ¡qué tentador es el dolor a veces! Como el de saber que un día podemos acabar teniendo recuerdos así aunque duelan más que las balas de un revólver. Y te digo que he probado ambas cosas y no pueden compararse en absoluto. Pero aún así me dedicaría a volver, a volver y a volver a hacer cada cosa que se me pasa por la cabeza. Cada locura. (Re)volvería a coger ese revólver si detrás de estas balas están esos recuerdos que pueden doler. Recuerdos en los que nos comemos como dos leones entre cuatro paredes... eso que tarde o temprano somos conscientes que nos va a pasar.

Qué mierdas son las noches en que se me sube el libido, y me pongo mala.